Mi amigo Lamin


Lamin es mi amigo, mi amigo del alma. Su pelo negro, áspero y rizado es un conjunto de infinitas cadenas de ADN. Requiebros de letras nostálgicas. Todas las tardes, paseamos cogidos de la mano. Sus manos son como cálidas vasijas de áspero barro. Mis dedos recorren, acariciándolas, las líneas vitales de sus palmas. Descubriendo tesoros, desvelando secretos. Me busco en ellas. Aprieto mi palma contra la suya, para que no se borre mi rastro y quede atrapado. Envuelvo mi mano en una tornasolada puesta de sol, que descubrimos juntos.



Su mamá, Aurora, tiene mi mismo tono de piel. Bromea con Lamin cuando se funden en un abrazo y reflejados en el espejo de la entrada de su casa, admira la belleza inigualable de la piel de su hijo unida a la suya.

Lamin me cuenta historias de su anterior hogar, de sus primeros amigos, de su primera mamá. Nos pasamos las horas sentados en su portal, viendo pasar el día cómplices de tímidas caricias. Siempre compara el verde de mis ojos con el del agua que refrescaba sus pies y el dorado de mi piel con el empolvado amanecer de sus recuerdos.

Recuerdos escritos en la inmensidad de sus ojos, entre cantos de esperanza y llantos de alegría. Pozos llenos de almas vivas, profundos saltos aptos sólo para valientes. Para valientes de corazón. Y yo me enamoré de ese corazón. El corazón de mi amigo Lamin.





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