En la casa de los Castro todos tenían la piel blanca y el
pelo negro. Un día de abril nació Gonzalo Castro, un bebé de piel naranja, pelo
rojo y grandes ojos azules, que no se parecía a ningún familiar. Nico y Nica,
los hermanos mellizos de Gonzalo, se recorrían a menudo los largos pasillos de
su casa. Allí esperaban colgados de la pared, los retratos de todos los
antepasados de la familia. << ¿Encontrarían a alguien parecido a Gonzalo?
>> Gonzalo, que comía mucho y dormía poco, rápidamente se convirtió en un
bebé gordito, de piel naranja y de pelo rojo que no pasaba desapercibido.
Una
mañana de abril, se despertó temprano con un lunar en la mejilla que antes no
tenía. -Tú por aquí, yo por allí, y el que encuentre a alguien de piel
naranja, de pelo rojo, de ojos azules y con un lunar en la mejilla izquierda le
da un silbido al otro... ¿De acuerdo?-planeaban Nico y Nica antes de recorrer
los pasillos de la casa en busca de algún antepasado parecido a Gonzalo. Ese
día ninguno de los dos silbó.
El tiempo pasó rápido y Gonzalo pronto cumplió
los 3 años. Una mañana de abril, llegó a casa de la mano de su madre, con unas
enormes gafas amarillas que el doctor le había recetado. -Tú por aquí, yo
por allí, y el que encuentre a alguien de piel naranja, de pelo rojo, de ojos
azules, con un lunar en la mejilla izquierda y unas grandes gafas amarillas, le
da un silbido al otro... ¿De acuerdo?-planeaban Nico y Nica antes de recorrer
los pasillos de la casa en busca de algún antepasado parecido a Gonzalo. Ese
día ninguno de los dos silbó tampoco.
Con 4 añitos, Gonzalo era ya un niño
espabilado y charlatán que se recorría los rincones de la casa montado en su
triciclo de color verde. Una tarde de abril, Gonzalo se levantó de la siesta
con la nariz llena de pecas. -Tú por aquí, yo por allí, y el que encuentre a
alguien de piel naranja, de pelo rojo, de ojos azules, con un lunar en la
mejilla izquierda, con unas grandes gafas amarillas y la nariz llena de pecas,
le da un silbido al otro... ¿De acuerdo?-planeaban Nico y Nica antes de
recorrer los pasillos de la casa en busca de algún antepasado parecido a
Gonzalo. Esa tarde ninguno de los dos silbó al otro.
A los 6 años, Gonzalo
recibió por primera vez la visita del Ratoncito Pérez. Poco a poco su sonrisa
se fue llenando de huecos que le daban un aspecto raro y que asustaban a los
niños más pequeños que él. -Tú por aquí, yo por allí, y el que encuentre a
alguien de piel naranja, de pelo rojo, de ojos azules, con un lunar en la
mejilla izquierda, con unas grandes gafas amarillas, con la nariz llena de
pecas y una sonrisa sin dientes, le da un silbido al otro... ¿De
acuerdo?-planeaban Nico y Nica antes de recorrer los pasillos de la casa en
busca de algún antepasado parecido a Gonzalo. Ninguno de los dos silbó,
lamentablemente.
Con 8 años, Gonzalo sabía jugar muy bien al ajedrez y
coleccionaba un montón de trofeos y medallas. Una tarde de abril invitó a todos
sus amigos para enseñárselos, con tan mala suerte que uno de sus trofeos se le
cayó encima dejándole una profunda cicatriz en la frente. -Tú por aquí, yo
por allí, y el que encuentre a alguien de piel naranja, de pelo rojo, de ojos
azules, con un lunar en la mejilla izquierda, con unas grandes gafas amarillas,
con la nariz llena de pecas, con una sonrisa sin dientes y una cicatriz en la
frente, le da un silbido al otro... ¿De acuerdo?-planeaban Nico y Nica antes de
recorrer los pasillos de la casa en busca de algún antepasado parecido a
Gonzalo. Esa tarde a ninguno de los dos se les oyó silbar.
Cuando Gonzalo cumplió 9 años, su madre le organizó una
fiesta donde no faltaba ningún detalle. Al llegar la hora de los fuegos
artificiales, Gonzalo saltó tan alto, tan alto del entusiasmo que se quedó
enganchado en la rama de un árbol al tiempo que un pajarillo asustado se le
cagaba en el pelo. Desde entonces, Gonzalo tiene mucho más claro que el resto
del pelo de la cabeza, el mechón donde le cayó la caca del pajarillo. -Tú
por aquí, yo por allí, y el que encuentre a alguien de piel naranja, de pelo
rojo, de ojos azules, con un lunar en la mejilla izquierda, con unas grandes
gafas amarillas, con la nariz llena de pecas, con una sonrisa sin dientes, una
cicatriz en la frente, y un mechón de pelo más claro, le da un silbido al
otro... ¿De acuerdo?-planeaban Nico y Nica antes de recorrer los pasillos de la
casa en busca de algún antepasado parecido a Gonzalo. Nadie silbó.
Al
llegar a los 10 años, Gonzalo posó delante de un talentoso pintor para que le
hiciera su primer retrato. Estaba guapísimo, muy repeinado y con unos
brillantes y alegres ojos azules que destacaban como nunca. Por fin tendría un
sitio en aquellos pasillos de la casa llenos de retratos de antepasados que no
hacían otra cosa que recordarle que no se parecía a ninguno de ellos. De
repente, mientras el talentoso pintor preparaba los pinceles y las
brochas...Nico y Nica, los hermanos gemelos de Gonzalo silbaron a la vez.
-¡Aquí está! ¡Aquí está! ¡Lo hemos encontrado!- Gritaban de alegría Nico y Nica
cogidos de la mano.
Gonzalo, se levantó de la silla y salió corriendo. Cuando
llegó al lugar del pasillo donde sus hermanos no paraban de dar saltos de
alegría, se quedó con la boca abierta al contemplar el retrato de un antepasado
que era igualito a él y que alguien había dejado olvidado detrás de la puerta
del trastero de la casa.
Era el retrato de un niño pelirrojo, con los ojos
azules, la piel de color naranja, con gafas metálicas y con una sonrisa llena
de huecos, sin dientes. ¡Cómo Gonzalo! -¡Lo hemos encontrado! ¡Lo hemos
encontrado! ¡Lo hemos encontrado!- No paraban de cantar Nico y Nica llenos de
emoción. Así pues, Gonzalo, con los ojos llenos de lágrimas por la alegría del
descubrimiento se unió al canto de sus hermanos sin poder parar de saltar y
brincar.
Un antepasado al que se parecía Gonzalo...Eso significaba
que había dejado de ser...
“El bicho raro de la familia”.
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