Pepito y Zapatitos conocen a Pío-pío



Hoy, Pepito y Zapatitos recibían en casa la visita de los abuelos Domi y Jupe para desayunar en familia.  Ellos no vivían lejos de aquí, así que podían trasladarse fácilmente en coche sin necesidad de muchos preparativos. 

Mamá, mientras tanto, se esforzaba en la cocina desde muy temprano para tener listas esas galletas de vainilla y chocolate que tanto le gustaban a los niños.
-Para mí la primera- dijo Zapatitos al oler el rico aroma de la vainilla.
-Eso no vale, siempre es para ti- se quejó Pepito disgustado ante la iniciativa de su hermana.
Los dos hermanos se habían despertado antes de lo habitual y ya saltaban de alegría en sus respectivas camitas desde antes de que saliera el sol.
-¡Qué bien huelen las galletas de mamá!- gritó Zapatitos cerrando los ojos entre salto y salto en el colchón de su cama.
-¡Galletas, galletas, galletas!- Reclamó Pepito exaltado.
Mientras los  dos niños esperaban impacientes en su habitación la llegada de sus abuelos, papá ayudaba a mamá con los preparativos del desayuno.  Así no faltaría nada de nada en la mesa.
En esta ocasión, la abuela Domi, amante de las plantas y de los animales traía consigo una sorpresa. Un nuevo compañero de juegos para los dos hermanos.  Se trataba del Agaporni preferido de Domi, un pajarito inquieto con mucho color que con tanto mimo había cuidado y al que todavía no le había puesto nombre.
-¡Qué bien, los abuelos ya están aquí papá!-gritó exaltada de alegría Zapatitos.
-¡Abuela, abuela!- añadió entusiasmado Pepito.
La abuela Domi se dirigió al cuarto de los niños nada más llegar a la casa.  Abrió la puertecilla de la jaula despacio y el Agaporni salió volando revoloteando alrededor de las cabecitas de los dos pequeños.  Sus bocas permanecieron abiertas de par en par mientras observaban al pajarito.
-¡Un pío-pío!¡qué chulo!- se atrevió a pronunciar Zapatitos de repente señalando con su dedo al Agaporni.
En ese momento la abuela sonrió porque a su pajarito ya le habían puesto nombre.  Se llamaría Pío-Pío, claro. 
Pío-Pío ya se había convertido, sin pretenderlo, en un compañero más de las aventuras de los dos pequeños.
-¡Qué bien niños! Y ahora a desayunar, que las galletas nos esperan en la mesa- dijo mamá sonriente.
-¡Pues vamos!- añadió el abuelo Jupe.
-¿Y Pío-Pío come galletas, abuela?- preguntó Zapatitos preocupada.
-No querida, pero sí puede acompañarnos mientras desayunamos- contestó entre risas la abuela Domi.
La familia se dispuso por fin a pasar una feliz mañana juntos, desayunando galletas y disfrutando del nuevo miembro de la familia.
¡Bienvenido a casa, Pío-Pío!




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